(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 12.08.2024).- Por la mañana del lunes 12 de agosto, el Papa Francisco recibió en audiencia a 4 congregaciones religiosas que celebraban su Capítulo General en Roma. La audiencia se celebró en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. Ofrecemos a continuación la traducción al español realizada por ZENIT:
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¡Cuatro capítulos! Cuatro Capítulos juntos… se ve que el Prefecto sabe ahorrar tiempo – ¿eh? – y los pone juntos. Esta es la era de los Capítulos…
Os doy la bienvenida, a todos, y os saludo, a los Superiores, a todos. Me alegro de conoceros: Hermanas Dominicas Misioneras de San Sixto, Hermanas de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús -¿quién fue vuestra fundadora o fundador? Magdalena Sofía Barat: ¡brava, esa mujer! ¡Bravo, bravo! -, Hermanas de la Presentación de María Santísima en el Templo y de la Sociedad de las Divinas Vocaciones (Padres Vocacionistas).
Con el Capítulo, tenéis siempre la gracia y también la responsabilidad de vivir un momento fundamental no sólo para la vida de vuestros institutos, sino para toda la Iglesia: un momento en el que escuchar al Espíritu Santo, para seguir haciendo florecer hoy las inspiraciones carismáticas dadas un día a vuestros Fundadores. Detengámonos, pues, un momento para reflexionar juntos sobre tres dimensiones existenciales y apostólicas comunes a vuestras diversas realidades, tres aspectos: el discernimiento, la formación y la caridad.
Primero: el discernimiento.
Es la «materia propia» del carisma de los Padres vocacionistas; es para todos, pero obviamente concierne a cada congregación religiosa y a cada persona en sentido amplio. El discernimiento forma parte de la vida, tanto en los momentos solemnes de las grandes opciones como en los momentos cotidianos de las pequeñas decisiones. Está ligado a nuestro ser libre y, por tanto, expresa y realiza, día a día, la vocación humana común y la identidad particular y única de cada uno de nosotros. Por supuesto que es un trabajo fatigoso, de escucha del Señor, y de nosotros mismos y de los demás; es también un tiempo fatigoso de oración, de meditación, de espera paciente, y luego de valentía y sacrificio, para concretar y hacer operativo lo que Dios, aunque sin imponernos nunca su voluntad -Él nunca nos impone su voluntad-, sugiere a nuestro corazón. Pensamos, reflexionamos, sentimos las emociones que tocan nuestro corazón. Pero, al mismo tiempo, es también una gran experiencia de felicidad, porque «tomar una buena decisión, una decisión justa» da alegría (cf. Audiencia general, 31 de agosto de 2022). Y nuestro mundo tiene tanta necesidad de redescubrir el gusto y la belleza de decidir, sobre todo en lo que se refiere a las opciones definitivas, que determinan un giro decisivo en la vida, como la vocacional. Necesita, por tanto, padres y madres que ayuden, sobre todo a los jóvenes, a comprender que ser libre no es permanecer eternamente en una encrucijada, haciendo pequeñas «escapadas» a derecha e izquierda, sin tomar nunca realmente un camino. Ser libre significa apostar -¡apostar! – por un camino, con inteligencia y prudencia, ciertamente, pero también con audacia y espíritu de renuncia, para crecer y progresar en la dinámica del don, y ser felices, amando según el plan de Dios.
Y así llegamos al segundo punto: la formación.
También éste es un rasgo que, de distintas maneras, os une. En primer lugar, porque la vida religiosa, en sí misma, es un camino de crecimiento en la santidad que abarca toda la existencia, y en el que el Señor modela constantemente el corazón de los que ha elegido. Y en este sentido os recomiendo a todos la asiduidad a la oración, pero esa oración que es relación con el Señor, personal, que escucha, que espera; la oración comunitaria y personal, y también la vida sacramental, y también -diría- la adoración: hoy hemos perdido el sentido de la adoración, debemos recuperarlo. La adoración… Y también el cuidado de todos esos momentos que hacen viva y cotidiana la relación de una persona consagrada con Cristo.
Sólo quien se reconoce humilde y constantemente «en formación», de hecho, puede esperar ser un buen «formador» o «formadora» para los demás, y la educación, a cualquier nivel, es siempre, ante todo, compartir caminos y comunicar experiencias, en esa búsqueda gozosa de la verdad, «que inquieta el corazón de todo hombre hasta que encuentra, habita y comparte con todos la Luz de Dios» (Constitución apostólica Veritatis gaudium, 1). Y, por favor, cuidado con la inquietud del corazón, ¿eh? «¡No, mi corazón está en paz!». Una cosa es estar en paz y otra cosa es estar inquieto. Debemos estar en paz, pero inquietos. También en este sentido su misión de hoy es decididamente profética, en un contexto social y cultural caracterizado por la circulación arremolinada y continua de la información, pero por otra parte dramáticamente pobre en relaciones humanas. Urge en nuestro tiempo educadores que sepan hacerse amorosamente compañeros y acompañantes de las personas que se les confían.
Y esto nos lleva al tercer punto: la caridad.
Sus cuatro fundaciones fueron creadas para apoyar y educar a jóvenes sin recursos que, sin la ayuda necesaria, no habrían podido acceder a una educación adecuada para su futuro, ni siquiera responder a su vocación. Santa Magdalena Sofía Barat, San Justino María Russolillo, la Venerable María Antonia Lalia y la Madre Caterina Molinari vieron en ellas un signo de Dios para su misión. Del mismo modo, será bueno que también vosotros, especialmente en estos días de discernimiento comunitario, tengáis constantemente ante los ojos el rostro de los pobres y estéis vigilantes para que, bajo su mirada, en vuestras asambleas esté siempre vivo y palpitante el impulso de gratuidad y de amor desinteresado, gracias al cual comenzó vuestra presencia en la Iglesia. Jesús nos habla en nuestros hermanos más necesitados (cf. Mt 25, 31-45), y en cada don que se les hace hay un reflejo del amor de Dios.
Y no olvidemos lo que sucederá en el Juicio Final: el Señor no nos preguntará: «¿Qué has estudiado? ¿Cuántos títulos habéis obtenido? ¿Cuántas obras has traído…?». No, no: «Venid, venid conmigo», dirá el Señor, «porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui perseguido y me guardasteis». Este es el tema del examen final sobre el que seremos juzgados. He aquí la luz para nuestro camino y he aquí también el antídoto eficaz para superar, en nosotros y a nuestro alrededor, la cultura del descarte: por favor, no descartéis a las personas, no seleccionéis a las personas con criterios mundanos: cuán importantes son, cuánto dinero tienen… Estos criterios mundanos: ¡fuera! No descartes, sino recibe, abraza a todos, ama a todos. Esta cultura proviene del individualismo, de la fragmentación, que por desgracia domina nuestro tiempo (cf. Mensaje para la XXVII Jornada Mundial del Enfermo, 25 de noviembre de 2018).
Queridas hermanas, queridos hermanos, ¡gracias por lo que hacéis! Continuad con confianza vuestra misión y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí: ¡pero rezad por, no contra, eh! Es muy importante.
… la Bendición, y después de la Bendición acercaros uno por uno, para que tenga la alegría de saludaros personalmente.
[Bendición]
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.
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