(ZENIT Noticias / Manila, 22.07.2024).- Filipinas es el país del mundo que aún no ha legalizado el divorcio civil. ¿Debería subirse al carro de esta ley? En el documento “Una nación fundada en la familia, una familia fundada en el matrimonio”, publicado por la Conferencia Episcopal de Filipinas, los obispos señalan que hay libertad religiosa en su país y defienden la separación de Iglesia y Estado, y que ellos no están en condiciones de dictar al Estado lo mejor para las familias filipinas. Pero insisten en que un matrimonio genuino no puede disolverse, aunque lo admiten muchas religiones. Solo que la investigación y las estadísticas muestran que la legalización del divorcio no protege el bien común y el bienestar de la familia.
La población católica reúne 80% de la población filipina. El movimiento a favor del divorcio toma encuestas donde la mitad de los filipinos están a su favor. El presidente del país ha dado señales de apertura y Filipinas se acerca a legalizar la disolución del matrimonio.
Los movimientos partidarios de la legalización plantean el divorcio como un derecho humano básico, al igual que el acceso a la atención médica o a la educación. Un comité del Senado aprobó un proyecto de ley en 2023 para legalizar el divorcio y está a la espera de una segunda lectura, quizás el próximo año.
Ante esta situación, los obispos han recordado que «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mt 19,6). Y explican: «La Iglesia Católica no ha renunciado a esta enseñanza de Jesús, incluso en los países donde el divorcio civil ya es legal (…). Precisamente porque creemos en la santidad del matrimonio, también creemos que no todas las parejas que están casadas han sido «unidas por Dios”».
Los obispos retoman la expresión en tagalo, la lengua indígena de Filipinas, «maghunosdili muna tayo at mag-isip-isip», mantengamos la calma y preguntémonos, para exhortar a los ansiosos por legalizar el Divorcio Absoluto. Y anotan: «¿Realmente lo queremos para nosotros? ¿Realmente queremos facilitar que las parejas casadas por lo civil tengan sus matrimonios disueltos civilmente cuando ya «quieren salir» o cuando ya «no tienen ganas»»?
Resaltan que muchas parejas pasan malos momentos y piensan dejar el matrimonio por malentendidos o diferencias y, con el divorcio civil se pone un remedio para convertir en «diferencias irreconciliables» problemas comunes.
Los obispos reconocen que hay matrimonios con relaciones incompatibles, pero terminarlo demasiado rápido olvida que hay las parejas donde, después de muchos años, se dan cuenta de que su vínculo no está roto.
Y señalan que las estadísticas en los países con divorcio civil legal, «la tasa de fracaso para el primer matrimonio es de aproximadamente el 48%, el 60% para el segundo y el 70% para el tercero» (Centro Nacional de Estadísticas de Salud).
También establecen que «no tenemos la intención de establecer las reglas sobre el matrimonio civil (…). Solo podemos esperar y rezar para que (los gobernantes) consideren la gravedad de la tarea que se les ha confiado y la necesidad de entablar conversaciones serias con los ciudadanos».
Y añaden: «No importa si nuestras familias no son perfectas. Tal vez deberíamos estar orgullosos del gran valor testimonial de tener una disposición en nuestra Constitución filipina que dice: «El Estado reconoce a la familia filipina como la base de la nación. En consecuencia, fortalecerá su solidaridad y promoverá activamente su desarrollo integral» (art. XV, ítem 1). ¿Podría haber alguna otra nación en el mundo que declare en su Constitución que la familia es el fundamento de la nación, y que «el matrimonio, como institución social inviolable, es el fundamento de la familia y será protegido por el Estado»? (Art. XV, Sección 2)».
«No es cierto que no existan remedios legales en nuestras circunstancias actuales para los matrimonios en crisis. ¿No deberían ambas instituciones de la Iglesia y del Estado explorar formas más efectivas de maximizar estos remedios sin «tirar al bebé junto con el agua del baño»? De hecho, la ausencia de un recurso legal de divorcio civil debería ser una razón adicional para que las parejas se lo piensen dos o tres veces antes de contraer un compromiso matrimonial civilmente vinculante, precisamente por el valor que otorgamos a la familia como fundamento de la sociedad».
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