(ZENIT Noticias / Madrid, 12.06.2024).- «La Iglesia de Madrid acogerá, a principios del próximo curso, un acto sencillo de reconocimiento a las víctimas de abusos». Así lo ha anunciado el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, que ha participado en la clausura del
Así, en su clausura, el cardenal ha reconocido que el acto sobre el que se está trabajando «no será el final de nada, sino un espacio de encuentro, reparación y testimonio que quiere responder a lo que las víctimas nos van diciendo». Será también un acto de oración —ha dicho—en el que, «reconociendo nuestros errores, expresaremos que queremos seguir acompañando a las víctimas, poniéndolas en el centro de todo, teniéndolas como compañeras de camino, aprendiendo un poco más de ellas cada día, para poder seguir avanzando en una cultura del buen trato y del respeto dentro y fuera de la Iglesia».
Poniendo a las víctimas, «las propias y las ajenas», en el centro de su alocución, el cardenal Cobo ha reconocido el «deber especial» de acoger «el clamor de las víctimas que están en una Iglesia que un día no supo protegerlas, pero que tiene la gravísima responsabilidad de contribuir a su sanación. Ellas forman parte de nuestro rebaño, incluso aun cuando no quieran saber nada de él».
Para ello ha apuntado siete consideraciones breves: Las víctimas nos afectan a todos, porque todos, «estamos concernidos por su dolor y por el deber de repararlo y revisar seriamente nuestros errores y delitos. Están las víctimas, están los victimarios y está la comunidad cristiana y, no en último lugar de responsabilidad, quienes estamos llamados al cuidado y la guarda de esa comunidad y, especialmente, de sus miembros más vulnerables».
Tenemos que «reflexionar y hacer examen de conciencia» sobre lo que sucedido desde la misión de cada cual, «lo que no impide reconocer que la mayoría de los curas, religiosos y religiosas y agentes de pastoral desarrollan su tarea con generosidad y honradez. Sin embargo, el respeto al dolor de los supervivientes nos impulsa a exigirnos reflexionar, investigar y darles vuelta a todas las formas de abuso, incluidas las más sutiles formas de ejercicio errado del poder que se adentran en la oscuridad de ese abismo que es siempre la conciencia».
Casi siempre junto al abuso de conciencia encontramos «el vecino abuso de poder», que, a veces, «concluye en abuso sexual, mediante la imposición de una espiritualidad manipuladora que consigue distorsionar el rostro de Dios y sus mediaciones eclesiales. Aún no sabemos el infinito dolor que hay escondido detrás de tanto silencio y repliegue personal».
El abuso siempre implica «prevalimiento», ha asegurado, porque «la asimetría de las relaciones se convierte en la plataforma facilitadora de la agresión. Cuando esta asimetría es en nombre de Dios se multiplica la diferencia entre abusador y abusado. En otras formas terribles de abuso no se toma el nombre de Dios en vano, ni se juega a confundir la voluntad de Dios con la lascivia del agresor. En el misticismo perverso o pseudo-misticismo esta distorsión llega a violentar a la víctima hasta límites insospechados y acaba cosificándola. Poder sagrado y asimetría, mezcladas con fragilidad moral y psicológica, con el conocimiento del que ostenta el poder de todos los rincones de la vida del otro, constituyen un escenario peligroso que reclama la exigencia de un estricto e inequívoco código deontológico».
Así, ha pedido hacer «una seria revisión sobre el uso de la autoridad de los ministros, líderes y acompañantes» y determinadas «teologías y eclesiologías que facilitan formas despóticas de ejercicio ministerial». «Revestirse indebidamente de la autoridad divina o ampararse en determinados ritos para esconder pretensiones ilegítimas es una forma pecaminosa de suplantación del nombre de Dios. Y lo peor es que el acompañante ocupa el puesto de Dios y pretende ser su única mediación anulando la capacidad crítica del acompañado. La obediencia, la confesión, el ejemplo de los santos, todo lo bueno y sagrado puede ser utilizado en una dirección errática». Ni siquiera el Evangelio posibilita que una persona, por muy acompañante que sea, «se convierta en la única voluntad de Dios o en la llave para sacar los demonios que aterrorizan a quien se pone en sus manos».
Mecanismos de alerta temprana
La autoridad se basa en «el servicio y en la compasión, nunca en el dominio, la exclusividad y arrebatando la libertad de la conciencia personal. Por eso reclama continuo discernimiento». Citando a Dysmas de Lassus, ha hablado de «dos diques de contención» frente a los excesos de autoritarismo: la regla y el abad. «Parece evidente que nos han fallado todos y hemos dado mucho poder a algunas personas — sacerdotes, maestros o maestras de novicias — sin la supervisión adecuada. Han fracasado o ni siquiera se han intentado que existan mecanismos de alerta temprana y detección de las desviaciones de poder. Por eso el autor citado, prior de la Gran Cartuja, señala que hay algo de sistémico en los abusos que reclama intervenciones estructurales».
Por último, ha subrayado la particular atención que necesita la reflexión sobre la relación teológica y práctica entre «poder y autoridad»: No podemos identificar poder con ministerio, por eso es tan pertinente la advertencia que hace Evangelii gaudium: No identifiquemos en extremo la potestad sacramental con el poder porque es un elemento conflictivo. El acompañamiento espiritual es un servicio de contraste y una auténtica relación de ayuda. Nunca un ejercicio de poder».
No podemos cansarnos de aprender
Además, el arzobispo de Madrid ha querido destacar algunas peticiones para seguir avanzando en este camino.
«No podemos cansarnos de aprender», ha insistido, porque «en este tema como en otros, no demos nada por sabido. Tenemos que estar aprendiendo continuamente, aprendiendo y a veces desaprendiendo y superando malas prácticas para iniciar otras mejores. Tenemos una buena fuente de magisterio: además de, obviamente, el Evangelio, contamos con la autoridad más importante: la autoridad del sufrimiento. La autoridad nuestras víctimas, porque muchas pertenecen a la Iglesia que puede y debe ser para ellas un ámbito sagrado de sanación. Contemos siempre con el magisterio de las víctimas. Aprendamos con humildad de la autoridad del dolor».
Además, «no debemos tener miedo a la verdad, aunque duela». «El Maestro nos ha asegurado que “la verdad hace libres”. Una Iglesia encadenada y sometida a un falso maquillaje que no asume su condición pecadora, es una Iglesia que hace imposible la redención. Los evangelistas no tuvieron miedo de que se publicitaran las flaquezas de los discípulos, porque el importante era el Maestro de Nazaret y no sus contradictorios discípulos».
Ha pedido también «barrer con coherencia y rigor nuestra propia “Casa”» para ser creídos y creíbles. «Así estaremos en condiciones de legitimidad para apuntar la realidad no atendida de los abusos intrafamiliares y en otros espacios de la vida cotidiana. De otro modo, caeríamos en la denostada política del “y tú más”». Solo así, ha continuado, «podremos llamar la atención sobre esta cruel realidad que correlaciona con la cultura de la gran desvinculación, con el aislamiento social, el individualismo, la digitalización de la existencia, la pansexualización de la vida, la pornografía al alcance de todos —niños incluidos», y el ayuno de valores incompatibles con el abuso. Hoy no hay uso, sino abuso de casi todo. El poder y lo sexual no dejan de ser expresión de una cultura donde la templanza, la mesura, la morigeración, el autodominio, la preocupación diligente por el otro… están ausentes».
Reintegración social de los victimarios
No obstante, el cardenal ha querido enfatizar sobre «los vaivenes populistas». «Por poco popular que resulte, «la Iglesia, santa y pecadora ella misma, no puede renunciar a que se cumpla el designio del Señor: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Tenemos que seguir investigando y profundizando en los factores estructurales y personales que facilitan el abuso y, que ayuden mejor a la recuperación y reintegración social de los victimarios».
Para concluir, ha recordado la supervisión en toda forma de manejo de poder: «Precisamos de conversión y de una revisión de nuestras formas y de nuestros modos de actuar sin contraste y sin discernimiento evangélico. Necesitamos invertir en prevención y formación. Esta debe fomentar formas sanas de liderazgo que no dañen a nadie y que sean fecundas para el desarrollo armonioso de la vida cristiana».
Brotes que se convierten en lecciones aprendidas
A pesar de todo, el cardenal Cobo ha asegurado que sigue habiendo «buenas noticias» en la Iglesia: «Están apareciendo proyectos y pequeños brotes que se convierten en lecciones aprendidas. No pretendemos dar lecciones a nadie, pero me atrevo a aportar desde la experiencia de Madrid y en otros puntos, la opción por atender a las víctimas sea de donde sean. Es una concepción no burocrática ni defensista de la atención a las víctimas. Lo que importa es el dolor de la persona y cómo aliviarlo, denuncie o no denuncie, esté prescrito o no el delito, haya fallecido o no su presunto autor. Hay proyectos como Repara donde, más que una oficina para recibir denuncias es un espacio de calidad y calidez para acoger incondicionalmente personas, escucharlas, acompañarlas y ayudarlas en su itinerario de sanación». «No nos podemos quedar detenidos porque hemos avanzado mucho, — ha reconocido —, pero no nos podemos parar. El campo de los abusos espirituales y de conciencia no ha hecho sino recién abrirse. Tenemos que seguir avanzando hacia una reparación integral de las víctimas».
Con información de ArchiMadrid.
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