(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 16.02.2024).- Tras los seminaristas de las diócesis españolas de Barcelona y Madrid, el Papa Francisco recibió en audiencia, la mañana del viernes 16 de febrero, a los seminaristas de Nápoles, acompañados por los obispos de la arquidiócesis y los formadores del seminario. La audiencia acontecía en el contexto del 90 aniversario de la fundación del seminario.
El Pontífice optó por no pronunciar el discurso que tenía preparado, pero sí dio unas palabras improvisadas destacando la importancia de la complementariedad entre el matrimonio y el sacerdocio. También animó a los seminaristas a cultivar la fidelidad y recordó que la formación sacerdotal es un proceso continuo de por vida. Comparó el seminario con una «obra en construcción», instando a estar abiertos a la novedad del Espíritu y a adoptar un estilo de discernimiento pastoral. El Papa enfatizó la importancia de una vida al estilo de Jesús, la madurez afectiva y humana, la sobriedad y la fraternidad en el camino formativo. Concluyó invitando a los seminaristas a la conversión y la renovación en su comunidad, destacando la importancia de vivir en fraternidad y humildad como un testimonio al mundo.
No obstante no haberlo pronunciado, ofrecemos una traducción al castellano del discurso entregado a cada uno de los seminaristas:
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Os agradezco que hayáis venido esta mañana y que hayáis deseado este encuentro en el 90 aniversario de la inauguración de vuestro Seminario «Alessio Ascalesi». Saludo al arzobispo, monseñor Domenico Battaglia, y a mis hermanos obispos, al rector, a los educadores y a los padres espirituales, dándoos las gracias por vuestro valioso servicio. Saludo con alegría a todos los que, de diversas formas, contribuyen a vuestra formación: al Decano y a la Decana de la Facultad, a las Hermanas y también a los matrimonios, cuya presencia es un signo importante, que nos recuerda la complementariedad entre las Sagradas Órdenes y el sacramento del Matrimonio: en la formación sacerdotal necesitamos la contribución de quienes han elegido el camino del matrimonio. ¡Gracias por lo que hacéis! Y gracias también a los asesores y al personal administrativo y de servicios.
Me dirijo a vosotros, seminaristas, con afecto. Siento que debo expresaros gratitud por haber respondido a la llamada del Señor y por vuestra disponibilidad para servir a su Iglesia; y debo animaros a cultivar cada día la belleza de la fidelidad, con entusiasmo y compromiso, entregando vuestra vida a la obra incesante del Espíritu Santo, que os ayuda a asumir la forma de Cristo. Recordemos esto: que la formación no termina nunca, dura toda la vida, y que, si te detienes, no te quedas donde estabas, sino que vuelves atrás. Sólo de pensar en este continuo trabajo interior que es la formación sacerdotal y en el aniversario de vuestro Seminario, me viene a la mente la imagen de una obra en construcción.
La Iglesia es, ante todo, una obra en construcción que está siempre abierta. Es decir, permanece en constante movimiento, abierta a la novedad del Espíritu, superando la tentación de preservarse a sí misma y a sus propios intereses. El trabajo principal de la «Iglesia de obra» es caminar en compañía del Crucificado resucitado, llevando a los hombres la belleza de su Evangelio. Esto es lo esencial. Esto es lo que nos está enseñando el camino sinodal, esto es lo que nos pide la escucha del Espíritu y de los hombres de nuestro tiempo, sin compromisos; pero también es lo que se os pide a vosotros: ser servidores -esto quiere decir ministros- que sepáis adoptar un estilo de discernimiento pastoral en cada situación, sabiendo que todos, sacerdotes y laicos, estamos en camino de plenitud y somos obreros de una obra en construcción. No podemos ofrecer respuestas monolíticas y preempaquetadas a la compleja realidad de hoy, sino que debemos invertir nuestras energías anunciando lo esencial, que es la misericordia de Dios, y manifestándolo a través de la cercanía, la paternidad, la mansedumbre, afinando el arte del discernimiento.
Por eso, el camino de formación al sacerdocio es también una obra de construcción. Nunca debemos cometer el error de sentir que ya hemos llegado, de considerarnos preparados para los desafíos. La formación sacerdotal es una obra de construcción en la que cada uno de vosotros está llamado a jugarse en la verdad, a dejar que Dios construya su obra a lo largo de los años. Por tanto, no tengáis miedo de dejar que el Señor actúe en vuestra vida; como en una obra de construcción, el Espíritu vendrá primero a demoler aquellos aspectos, aquellas convicciones, aquel estilo e incluso aquellas ideas incoherentes sobre la fe y el ministerio que os impiden crecer según el Evangelio; luego, el mismo Espíritu, después de haber limpiado las falsedades interiores, os dará un corazón nuevo, construirá vuestra vida según el estilo de Jesús, hará que os convirtáis en criaturas nuevas y discípulos misioneros. Madurará vuestro entusiasmo a través de la cruz, como hizo con los Apóstoles. Pero no tengáis miedo: ciertamente puede ser un trabajo fatigoso, pero si permanecéis dóciles y verdaderos, disponibles a la acción del Espíritu sin anquilosaros ni defenderos, descubriréis la ternura del Señor dentro de vuestras fragilidades y en la pura alegría del servicio. En esta obra de construcción que es vuestra formación, cavad hondo, «haciendo verdad» en vosotros con sinceridad, cultivando la vida interior, meditando la Palabra, profundizando en el estudio de los interrogantes de nuestro tiempo y de las cuestiones teológicas y pastorales. Y permitidme que os recomiende una cosa: trabajad la madurez afectiva y humana. ¡Sin ella no se va a ninguna parte!
Por último, la propia estructura del Seminario es como una gran obra en construcción. Y no me refiero, obviamente, al área de construcción. Sobre la formación sacerdotal está en marcha un proceso que incluye nuevos interrogantes y nuevas adquisiciones: los itinerarios formativos están sufriendo muchas transformaciones, a la escucha de los desafíos que aguardan al ministerio sacerdotal y exigen compromiso, pasión y sana creatividad por parte de todos. Se están experimentando nuevas experiencias pastorales y misioneras, con la intención de favorecer la inserción gradual en la futura vida ministerial; se están previendo interrupciones en el itinerario para favorecer la maduración individual. Es bueno acoger y examinar estas novedades, viviéndolas como oportunidades de gracia y de servicio, captando en ellas la presencia de Dios.
Acabamos de iniciar el camino cuaresmal que, como he tenido ocasión de decir, es «un tiempo de pequeñas y grandes opciones a contracorriente […] en el que repensar los estilos de vida» (Mensaje para la Cuaresma 2024). Que vuestra comunidad recorra también este camino de conversión y renovación. ¿Cómo? Dejándoos conquistar con renovado asombro por el amor de Dios, fundamento de la vocación que se acoge y se redescubre en particular en la adoración y en el contacto con la Palabra; redescubriendo con alegría el gusto por la sobriedad y evitando el derroche; aprendiendo un estilo de vida que os sirva para ser sacerdotes capaces de daros a los demás y de estar atentos a los más pobres; no dejándoos engañar por el culto a la imagen y a la apariencia, sino cuidando la vida interior; ocupándoos de la justicia y de la creación, temas actuales y candentes en vuestra tierra, que espera de la Iglesia palabras valientes y signos proféticos al respecto; viviendo en paz y armonía, superando las divisiones y aprendiendo a vivir en fraternidad con humildad. Y la fraternidad es, especialmente hoy, uno de los mayores testimonios que podemos ofrecer al mundo.
Que los «trabajos en curso» de vuestra obra estén acompañados por la intercesión de los santos: por vuestro patrono Genaro, cuya presencia y sangre siguen salpicando las tierras que habitáis; por san Vicente Romano, el párroco que se formó en vuestro seminario, modelo de celo apostólico y de espíritu misionero; y por el beato Mariano Arciero, que fue vuestro padre espiritual, cuya memoria litúrgica se celebra hoy. Os deseo mucho éxito en vuestro camino y os acompaño con mi oración. También vosotros, por favor, no olvidéis rezar por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.
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