(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 01.09.2024).- Los frailes capuchinos, una de las órdenes religiosas más numerosas de la Iglesia católica (9,684 según las estadísticas de 2023), han celebrado en Roma su
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Estoy contento. Recuerdo a sus frailes en Buenos Aires: buenos confesores. Aquellos vascos que Franco había ahuyentado fueron allí. Buenos confesores, buenos. Y todavía vive uno, que es argentino; lo he hecho cardenal ahora. ¡Éste lo perdona todo! Me lo contó: que a veces siente el escrúpulo de perdonar demasiado -siempre perdona- y un día se presentó ante el Señor, en la capilla, para disculparse: ‘Perdóname, Señor, he perdonado demasiado… ¡Pero fuiste Tú quien me dio mal ejemplo! Así reza este buen Cardenal vuestro.
Bienvenidos. Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión de vuestro LXXXVI Capítulo general. Os saludo a vosotros y, en particular, al Ministro general, el hermano Roberto Genuin.
Lo que estáis viviendo es un momento importante para vosotros y para la Iglesia. En efecto, el Capítulo reúne a hermanos de diferentes países y culturas, que se reúnen para escucharse y hablarse en el único lenguaje del Espíritu. Es una ocasión extraordinaria para compartir las «maravillas» (cf. Sal 125,3) que Dios sigue realizando a través de vosotros, hijos de san Francisco esparcidos por el mundo. Espero, por tanto, que, mientras dais gracias a Dios por el desarrollo de la Orden, especialmente en las Iglesias jóvenes, aprovechéis esta confrontación para interrogaros sobre lo que el Señor os pide, a fin de poder continuar hoy anunciando con pasión el Reino de Dios tras las huellas del Poverello.
Quisiera, por tanto, recordar con vosotros tres dimensiones de la espiritualidad franciscana, que creo pueden ayudaros en vuestro discernimiento y apostolado misionero: la fraternidad, la disponibilidad y el compromiso por la paz.
[1 Fraternidad]
La fraternidad. El lema de vuestro Capítulo es éste: «El Señor me dio hermanos» (Test. 14) «para ir por el mundo» (RB 3,10). Recuerda la experiencia de Francisco, subrayando que la misión, según su carisma, nace en la fraternidad para promover la fraternidad (RB 3, 10-12; cf. Carta a los miembros de la Familia Franciscana en el octavo centenario de la aprobación de la Regla de San Francisco, 9 de noviembre de 2023). En la base está, podríamos decir, una «mística de la colaboración», según la cual nadie, en el plan de Dios, puede considerarse una isla, sino que cada uno está en relación con los demás para crecer en el amor, saliendo de sí mismo y haciendo de la propia singularidad un don para los hermanos. Uno de vosotros que cuida su propia singularidad, pero sin convertirla en don para sus hermanos, ¡todavía no ha comenzado a ser capuchino!
Así pues, no os habéis reunido para optimizar -como desgraciadamente oímos a veces- los «recursos humanos» de la Orden, ni para mejorar su rendimiento o conservar sus estructuras. Volvéis más bien para reconoceros, en la fe, hermanos elegidos, reunidos y acompañados por la caridad providencial del Padre, y para dejaros interpelar por esta verdad, especialmente en el campo de la formación, en el que trabajáis desde hace tiempo. Y hacéis bien, porque sin formación no hay futuro.
Por eso, en vuestras reuniones, os invito a estar vigilantes para que nunca se pongan en el centro los recursos económicos, los cálculos humanos u otras realidades semejantes: son todos instrumentos útiles, de los que también debéis preocuparos, pero siempre como medios, nunca como fines. En el centro, las personas: aquellos a los que el Señor os envía y aquellos con los que os da a vivir, su bien, su salvación. En una palabra: en el centro, la fraternidad, de la que os animo a haceros promotores en vuestras casas de formación, en la gran familia franciscana, en la Iglesia y en todos los ámbitos en los que trabajáis, aun a costa de renunciar, en favor de la fraternidad, a proyectos y realizaciones de otro tipo. La fraternidad es lo primero. Sois hermanos. «¡Pero yo soy sacerdote!» Sí, sí, pero después. Lo importante es el fraile. Eres sacerdote, diácono, lo que sea, pero fraile: esa es la base.
[2 Disponibilidadad]
Y esto nos lleva al segundo aspecto de nuestra reflexión: la disponibilidad. Fraternidad y disponibilidad. Los capuchinos tenéis fama de estar dispuestos a ir donde nadie quiere ir, y eso está muy bien. De hecho, vuestro estilo abierto testimonia a todos que lo más importante en la vida es la caridad (cf. 1Cor 13,13), y que siempre merece la pena gastar la vida por ella.
Vosotros representáis así un signo para toda la Comunidad, llamada a ser, siempre y en todas partes, misionera y «en salida» (cf. Concilio Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2; Exhort. apost. Evangelii gaudium, 20). Se trata de un signo importante, sobre todo en tiempos como los nuestros, marcados por conflictos y cerrazones, en los que la indiferencia y el egoísmo parecen prevalecer sobre la disponibilidad, el respeto y el compartir, con consecuencias graves y evidentes, como la explotación injusta de los pobres y la devastación del medio ambiente.
En este contexto, vuestra disponibilidad a dejaros implicar personalmente en las necesidades de vuestros hermanos y a decir con humilde valentía: «¡Aquí estoy, envíame a mí!» (Is 6,8) son un don carismático que hay que valorar y acrecentar. Intentad ser siempre así: sencillos, libres y disponibles, dispuestos a dejarlo todo (cf. Mc 1,18) para estar presentes allí donde el Señor os llame, sin buscar reconocimiento ni exigencias, con el corazón y los brazos abiertos. Y ésta será tu pobreza.
[3 Compromiso]
Y así llegamos al tercer valor que te caracteriza: el compromiso por la paz. Sé pacífico. En efecto, vuestra capacidad de estar con todos, en medio de la gente, hasta el punto de ser considerados comúnmente los «hermanos del pueblo», os ha convertido a lo largo de los siglos en expertos «artífices de paz» (cf. Mt 5,9), capaces de crear ocasiones de encuentro, de mediar en la resolución de conflictos, de acercar a las personas y de promover una cultura de reconciliación, incluso en las situaciones más difíciles.
Pero en la base de este carisma hay, como hemos dicho, una condición fundamental: estar, en Cristo, cerca de todos (cf. Lc 10, 25-37), especialmente de los más pobres, rechazados y desesperados, sin excluir nunca a nadie. El mismo san Francisco, como sabemos, llegó a ser el «hombre de paz» que el mundo entero reconoce, a partir del encuentro con los leprosos, en cuyo abrazo descubrió y aceptó sus heridas más profundas y en cuya presencia encontró a Cristo, su Salvador. Así, de perdonado pasó a ser portador de perdón, de amado dispensador de amor, de reconciliado promotor de reconciliación. Fue perdonado, amado, reconciliado, y trae el perdón y trae el amor y trae la reconciliación. Y vosotros debéis ser así, hombres de amor, de perdón, de reconciliación. Es la fe la que ha hecho de él en tantas ocasiones un instrumento de paz en las manos de Dios, y ella, para él como para nosotros, ha tenido y tendrá siempre un vínculo vital con la cercanía a los últimos, no lo olvidemos (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 49).
En conclusión, queridos hermanos, os invito a perseverar en vuestro camino, con confianza, con esperanza. Que la Virgen os acompañe. Y os doy las gracias por todo el bien que hacéis en la Iglesia. De corazón os bendigo a vosotros y a la gran familia capuchina. Y os pido, por favor, que recéis por mí: ¡por mí, no contra mí!
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.
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