¿Cuál es el obstáculo que nos impide creer a Jesús? Papa Francisco contesta en una homilía en Triste

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(ZENIT Noticias / Trieste, 07.07.2024).- Al concluir el encuentro con los participantes en la Semana de los Católicos Italianos en el “Centro de Convenciones Generali”, el Papa Francisco se dirigió en un coche descubierto a la Piazza Unità d’Italia, donde, a las 10:00 horas, presidió la Santa Misa. Concelebrando con el Papa unos 100 obispos y 260 sacerdotes. También estuvieron presentes los obispos y pastores de las Iglesias ortodoxa serbia, ortodoxa griega y luterana.

Antes de la celebración de la Santa Misa en la Piazza Unità d’Italia, el Papa se reunió con la señora María, de 111 años, residente en Trieste, con quien intercambió un breve saludo. El Pontífice le entregó un rosario y la bendijo.

Ofrecemos a continuación la traducción al castellano de ZENIT de la homilía del Papa:

***

Para despertar la esperanza de los corazones afligidos y sostener las fatigas del camino, Dios siempre ha suscitado profetas en medio de su pueblo. Sin embargo, como nos dice la primera lectura de hoy en el relato de Ezequiel, a menudo se encontraron con un pueblo rebelde, «hijos obstinados y duros de corazón» (Ez 2,4), y fueron rechazados.

También Jesús vive la misma experiencia que los profetas. Vuelve a Nazaret, su patria, en medio del pueblo con el que creció, pero no es reconocido, incluso es rechazado: «Vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). El Evangelio nos dice que Jesús «les causaba escándalo» (Mc 6,3), pero la palabra «escándalo» no se refiere a algo obsceno o indecente como lo usamos hoy; escándalo significa «piedra de tropiezo», es decir, un obstáculo, un impedimento, algo que te bloquea y te impide ir más allá. Preguntémonos: ¿cuál es el obstáculo que nos impide creer a Jesús?

Escuchando los discursos de sus compatriotas, vemos que sólo se detienen en su historia terrena, en sus antecedentes familiares y, por tanto, no se explican cómo del hijo de José el carpintero, es decir, de una persona corriente, pudo surgir tanta sabiduría e incluso la capacidad de realizar prodigios. El escándalo, pues, es la humanidad de Jesús. El obstáculo que impide a esta gente reconocer la presencia de Dios en Jesús es el hecho de que es humano, es simplemente el hijo de José el carpintero: ¿cómo puede Dios, que es todopoderoso, revelarse en la fragilidad de la carne de un hombre? ¿Cómo puede un Dios todopoderoso y fuerte, que creó la tierra y liberó a su pueblo de la esclavitud, hacerse débil hasta el punto de venir en la carne y abajarse para lavar los pies de los discípulos? Este es el escándalo.

Hermanos y hermanas, una fe basada en un Dios humano, que se abaja a la humanidad, que se preocupa por ella, que se conmueve por nuestras heridas, que asume nuestro cansancio, que se parte como pan por nosotros. Un Dios fuerte y poderoso, que está de mi parte y me satisface en todo es atractivo; un Dios débil, un Dios que muere en la cruz por amor y que además me pide que supere todo egoísmo y ofrezca mi vida por la salvación del mundo; y esto, hermanos y hermanas, es un escándalo.

Y, sin embargo, poniéndonos ante el Señor Jesús y lanzando nuestra mirada a los desafíos que nos interpelan, a las muchas cuestiones sociales y políticas que también se debaten en esta Semana Social, a la vida concreta de nuestro pueblo y a sus luchas, podemos decir que hoy necesitamos precisamente este escándalo. Necesitamos el escándalo de la fe. No necesitamos una religiosidad encerrada en sí misma, que levanta la mirada al cielo sin preocuparse de lo que ocurre en la tierra y celebra liturgias en el templo olvidándose del polvo que corre por nuestras calles. En cambio, necesitamos el escándalo de la fe, -necesitamos el escándalo de la fe- una fe arraigada en el Dios que se hizo hombre y, por tanto, una fe humana, una fe de carne, que entra en la historia, que acaricia la vida de las personas, que cura los corazones rotos, que se convierte en levadura de esperanza y semilla de un mundo nuevo. Es una fe que despierta las conciencias del letargo, que pone el dedo en las llagas, en las heridas de la sociedad -que son muchas-, una fe que plantea preguntas sobre el futuro del hombre y de la historia; es una fe inquieta, y necesitamos vivir una vida inquieta, una fe que va de corazón a corazón, una fe que recibe desde fuera los problemas de la sociedad, una fe inquieta que ayuda a superar la mediocridad y la pereza del corazón, que se convierte en una espina en la carne de una sociedad a menudo anestesiada y aturdida por el consumismo. Y en esto me detengo un poco… Se dice que nuestra sociedad está un poco anestesiada y aturdida por el consumismo: ¿has pensado si el consumismo ha entrado en tu corazón? Esa ansiedad por tener, por tener cosas, por tener más, esa ansiedad por malgastar el dinero. El consumismo es una plaga, es un cáncer: enferma el corazón, te hace egoísta, te hace mirarte sólo a ti mismo. Hermanos y hermanas, necesitamos sobre todo una fe que disipe los cálculos del egoísmo humano, que denuncie el mal, que señale con el dedo la injusticia, que perturbe las tramas de quienes, a la sombra del poder, juegan con la piel de los débiles. Y cuántos -lo sabemos- utilizan la fe para explotar a la gente. Eso no es fe.

Un poeta de esta ciudad, describiendo en una lírica su habitual regreso a casa por la noche, dice que pasa por una calle algo oscura, lugar de decadencia donde los hombres y las mercancías del puerto son «detritus», es decir, despojos de humanidad; y sin embargo, aquí mismo, escribe, así, cito: «Encuentro, de paso, lo infinito en la humildad», porque la prostituta y el marinero, la mujer pendenciera y el soldado, «son todos criaturas de vida y dolor; se agita en ellos, como en mí, el Señor» (U. Saba, «Città vecchia», en Il canzoniere (1900-1954) Edición definitiva, Turín, Einaudi, 1961). Esto, no lo olvidemos: Dios se esconde en los rincones oscuros de nuestra vida ciudadana, ¿habéis pensado en ello? ¿En los rincones oscuros de la vida de nuestra ciudad? Su presencia se revela precisamente en los rostros ahuecados por el sufrimiento y donde parece triunfar la decadencia. La infinitud de Dios se esconde en la miseria humana, el Señor se agita y se hace presencia amiga precisamente en la carne herida de los últimos, de los olvidados, de los descartados. Allí se manifiesta el Señor. Y nosotros, que a veces nos escandalizamos innecesariamente de tantas pequeñeces, haríamos bien en preguntarnos: ¿por qué no nos escandalizamos del mal que cunde, de la vida humillada, de los problemas del trabajo, del sufrimiento de los emigrantes? ¿Por qué permanecemos apáticos e indiferentes ante las injusticias del mundo? ¿Por qué no nos tomamos a pecho la situación de los presos, que incluso desde esta ciudad de Trieste se eleva como un grito de angustia? ¿Por qué no contemplamos la miseria, el dolor, el descarte de tantas personas en la ciudad? Tenemos miedo, tenemos miedo de encontrar allí a Cristo.

Queridos, Jesús vivió en su propia carne la profecía de la ferialidad, entrando en la vida cotidiana y en las historias de la gente, manifestando compasión dentro de los acontecimientos, y manifestó ser Dios, que es compasivo. Y por eso, algunos se escandalizaron de Él, se convirtió en un obstáculo, fue rechazado hasta el punto de ser juzgado y condenado; sin embargo, permaneció fiel a su misión, no se escondió tras la ambigüedad, no se acomodó a la lógica del poder político y religioso. Hizo de su vida una ofrenda de amor al Padre. Así somos los cristianos: estamos llamados a ser profetas, testigos del Reino de Dios, en cada situación que vivimos, en cada lugar que habitamos.

Hermanos y hermanas, desde esta ciudad de Trieste, que mira a Europa, encrucijada de pueblos y culturas, tierra de frontera, alimentemos el sueño de una nueva civilización fundada en la paz y la fraternidad; por favor, no nos escandalicemos de Jesús sino, al contrario, indignémonos de todas aquellas situaciones en las que la vida es brutalizada, herida, asesinada; llevemos la profecía del Evangelio en nuestra carne, con nuestras opciones antes que con las palabras. Esa coherencia entre opciones y palabras. Y a esta Iglesia triestina quisiera decirle: ¡adelante! ¡Adelante! Seguid comprometiéndoos en primera línea en la difusión del Evangelio de la esperanza, especialmente hacia los que llegan de la ruta de los Balcanes y hacia todos aquellos que, en el cuerpo o en el espíritu, necesitan aliento y consuelo. Comprometámonos juntos: para que redescubriendo nuestro amor al Padre vivamos como hermanos todos. Todos hermanos, con esa sonrisa de acogida y paz del alma. Gracias.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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