Papa Francisco aborda formación permanente de sacerdotes, promoción vocacional y diaconado permanente

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 06.06.2024).- La mañana del jueves 6 de junio, el Papa Francisco recibió en audiencia a los miembros del Dicasterio para el Clero, reunidos en el Vaticano para su asamblea plenaria. Ofrecemos a continuación la traducción al español del discurso del Papa en el que abordó temáticas tratadas por los participantes en la Asamblea del mismo Dicasterio para el Clero.

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Deseo saludaros con afecto y dar las gracias en primer lugar a todos los miembros del Dicasterio para el clero: habéis venido a Roma desde los cuatro puntos cardinales para ofrecer vuestra importante contribución a la reflexión sobre el ministerio ordenado y, con vosotros, están también los consultores del Dicasterio. Gracias por vuestra presencia. Y gracias al cardenal prefecto y a los demás superiores y oficiales del dicasterio, especialmente por el trabajo que realizáis cada día, a menudo en silencio y en la clandestinidad, al servicio de los ministros ordenados y de los seminarios.

En esta ocasión, quisiera ante todo transmitir mi gratitud, mi afecto y mi cercanía a los sacerdotes y diáconos de todo el mundo. Muchas veces he advertido contra los peligros del clericalismo y de la mundanidad espiritual, pero soy muy consciente de que la inmensa mayoría de los sacerdotes trabajan con tanta generosidad y espíritu de fe por el bien del santo Pueblo de Dios, llevando el peso de tantas fatigas y afrontando retos pastorales y espirituales que a veces no son fáciles.

Vuestra Asamblea plenaria se centra en particular en tres ámbitos de atención: la formación permanente de los sacerdotes, la promoción de las vocaciones y el diaconado permanente. Quisiera detenerme brevemente en cada uno de estos temas.

La formación permanente.

Se trata de un tema del que se ha hablado mucho sobre todo en los últimos años, y que ya ha sido recordado por la Ratio fundamentalis de 2016. También el sacerdote es un discípulo en el seguimiento del Señor y, por tanto, su formación debe ser un camino permanente; tanto más si tenemos en cuenta que, hoy, vivimos en un mundo marcado por rápidos cambios, en el que siempre surgen nuevos interrogantes y complejos desafíos a los que responder. Por tanto, no podemos engañarnos pensando que la formación en el seminario puede bastar con sentar de una vez por todas unas bases seguras; más bien, estamos llamados a consolidar, reforzar y desarrollar lo que tenemos en el seminario, en un camino que nos ayude a madurar en la dimensión humana, a crecer espiritualmente, a encontrar los lenguajes adecuados para la evangelización y a profundizar en lo que necesitamos para afrontar adecuadamente las nuevas cuestiones de nuestro tiempo.

Me gusta recordar aquí que la Escritura dice: «Vae soli – Ay del que está solo, porque si cae, no tiene quien lo levante» (Hec 4,10). Qué importante es esto para el sacerdote: ¡el camino no se hace solo! Sin embargo, por desgracia, tantos sacerdotes están demasiado solos, sin la gracia del acompañamiento, sin ese sentido de pertenencia que es como un salvavidas en el mar, a menudo tempestuoso, de la vida personal y pastoral. Tejer una sólida red de relaciones fraternas es una tarea prioritaria de la formación permanente: el obispo, los sacerdotes entre sí, las comunidades en relación con sus pastores, los religiosos y religiosas, las asociaciones, los movimientos: es indispensable que los sacerdotes se sientan «en casa». Vosotros, como Dicasterio, ya habéis comenzado a tejer una red mundial: os exhorto, haced todo lo posible para que esta ola continúe y dé frutos en todo el mundo. Trabajad con creatividad para que esta red se fortalezca y ofrezca apoyo a los sacerdotes. ¡Vosotros tenéis un papel clave que desempeñar en esto!

El cuidado de las vocaciones.

Uno de los grandes desafíos para el Pueblo de Dios es el hecho de que, en cada vez más regiones del mundo, las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada disminuyen fuertemente y, en algunos países, casi desaparecen. Pero también está en crisis la vocación al matrimonio, con el sentido de compromiso y misión que requiere. Por eso, en los últimos Mensajes para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, he querido ampliar la mirada al conjunto de las vocaciones cristianas y la he dirigido en particular a esa vocación fundamental que es el discipulado, como consecuencia del bautismo. No podemos resignarnos a que para tantos jóvenes haya desaparecido del horizonte la hipótesis de una oferta radical de vida. Por el contrario, debemos reflexionar juntos y permanecer atentos a los signos del Espíritu, y también vosotros podéis llevar adelante esta tarea gracias a la Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales. Os invito a reactivar esta realidad, de un modo adecuado a nuestro tiempo, tal vez trabajando en red con las Iglesias locales e identificando buenas prácticas para difundirlas. Es un trabajo importante.

Por último, el diaconado permanente.

Fue reintroducido por el Concilio Vaticano II y, en las últimas décadas, ha tenido una acogida muy variada. Sin embargo, aún hoy se plantean a menudo preguntas sobre la identidad específica del diaconado permanente. Como sabéis, el Informe de Síntesis de la Primera Sesión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, del pasado mes de octubre, recomendó «llevar a cabo una evaluación de la aplicación del ministerio diaconal después del Concilio Vaticano II» (Informe de Síntesis 11 g), y pide también que, entre las diversas tareas de los diáconos, se preste una atención más decidida a la diaconía de la caridad y al servicio de los pobres (4 p y 11 a). Acompañar estas reflexiones y desarrollos es una tarea bastante importante de vuestro Dicasterio. Os animo a trabajar por ello y a desplegar todas las fuerzas necesarias.

Queridos hermanos y hermanas, gracias de nuevo. Trabajad siempre para que el pueblo de Dios tenga pastores según el corazón de Cristo y crezca en la alegría del discipulado. Que os acompañe la Virgen María, Madre y modelo de toda vocación. Que yo también os acompañe con mi oración. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias. 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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