En 3 puntos: el fabuloso discurso del Papa a favor de la natalidad (que incluye a los abuelos)

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(ZENIT Noticias / Roma, 10.05.2024).- Por la mañana del viernes 10 de mayo, el Papa Francisco intervino en la cuarta edición de los 

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Es bonito aplaudir cuando uno dice «buenos días», porque muchas veces no nos saludamos. Es bonito aplaudir «buenos días». Y gracias a Gianluigi y a todos los que trabajan en esta iniciativa. Me alegra estar de nuevo con vosotros porque, como sabéis, el tema del nacimiento me toca muy de cerca. Cada regalo de un niño, de hecho, nos recuerda que Dios tiene fe en la humanidad, como subraya el lema «Estar ahí, más juventud más futuro». Nuestro «estar ahí» no es fruto de la casualidad: Dios nos ha querido, tiene un plan grande y único para cada uno de nosotros, sin excluir a nadie. Teniendo esto en cuenta, es importante unirnos y trabajar juntos para fomentar la natalidad con realismo, previsión y valentía. Me gustaría reflexionar un poco sobre estas tres palabras clave.

[I Realismo]

Primero: realismo. En el pasado, no han faltado estudios y teorías que alertaban sobre el número de habitantes de la Tierra, porque el nacimiento de demasiados niños crearía desequilibrios económicos, falta de recursos y contaminación. Siempre me ha llamado la atención cómo estas tesis, ya caducas y superadas hace tiempo, hablaban de los seres humanos como si fueran problemas. Pero la vida humana no es un problema, es un don. Y en la raíz de la contaminación y del hambre en el mundo no están los niños que nacen, sino las opciones de quienes sólo piensan en sí mismos, el delirio de un materialismo desenfrenado, ciego y desenfrenado, de un consumismo que, como un virus maligno, mina de raíz la existencia de las personas y de la sociedad. El problema no es cuántos somos en el mundo, sino qué tipo de mundo estamos construyendo -ese es el problema-; no son los hijos, sino el egoísmo, que crea injusticias y estructuras de pecado, hasta entretejer interdependencias malsanas entre los sistemas sociales, económicos y políticos (cf. San Juan Pablo II, Carta Encíclica. Sollicitudo rei socialis (1987), 36-37; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1869).

El egoísmo nos hace sordos a la voz de Dios, que ama primero y enseña a amar, y a la voz de los hermanos que están a nuestro lado; anestesia el corazón, nos hace vivir de las cosas, sin entender para qué; nos induce a tener muchos bienes, sin saber hacer el bien. Y los hogares se llenan de objetos y se vacían de niños, convirtiéndose en lugares muy tristes (cf. Homilía de la Misa para la comunidad católica congoleña, 1 de diciembre de 2019). No faltan perritos, gatos…, estos no faltan. Faltan niños. No, el problema de nuestro mundo no es que nazcan niños: es el egoísmo, el consumismo y el individualismo, que hacen a la gente saciada, sola e infeliz.

El número de nacimientos es el primer indicador de la esperanza de un pueblo. Sin niños ni jóvenes, un país pierde su deseo de futuro. En Italia, por ejemplo, la edad media es actualmente de cuarenta y siete años -pero hay países del centro de Europa que tienen una media de veinticuatro- y se siguen batiendo nuevos récords negativos. Por desgracia, si tuviéramos que basarnos en estos datos, nos veríamos obligados a decir que Italia está perdiendo progresivamente la esperanza en el mañana, como el resto de Europa: el Viejo Continente se está convirtiendo cada vez más en un continente viejo, cansado y resignado, tan ocupado en exorcizar la soledad y la angustia que ya no sabe saborear la verdadera belleza de la vida en la civilización del don. Y hay un hecho que me contó un demógrafo. Ahora mismo las inversiones que más ingresos dan son la fábrica de armas y los anticonceptivos. Una destruye la vida, la otra impide la vida. Y éstas son las inversiones que dan más ingresos. ¿Qué futuro nos espera? Es feo.

A pesar de tantas palabras y tantos esfuerzos, no hay vuelta atrás. ¿Por qué? ¿Por qué no se puede detener esta hemorragia de vidas?

[II Previsión]

El tema es complejo, pero esto no puede ni debe convertirse en una coartada para no abordarlo. Lo que hace falta es previsión, que es la segunda palabra clave. A nivel institucional, urgen políticas eficaces, opciones valientes, concretas y a largo plazo, sembrar hoy para que los niños puedan cosechar mañana. Es necesario un mayor compromiso por parte de todos los gobiernos, para que las jóvenes generaciones estén en condiciones de realizar sus sueños legítimos. Se trata de poner en práctica opciones serias y eficaces a favor de la familia. Por ejemplo, poner a una madre en condiciones de no tener que elegir entre el trabajo y el cuidado de sus hijos; o liberar a muchas parejas jóvenes del lastre de la precariedad laboral y de la imposibilidad de comprar una casa.

Es importante entonces promover, a nivel social, una cultura de generosidad y solidaridad intergeneracional, revisar hábitos y estilos de vida, renunciando a lo superfluo para dar a los más jóvenes una esperanza en el mañana, como ocurre en muchas familias. No lo olvidemos: el futuro de hijos y nietos se construye también con las espaldas doloridas de años de trabajo y los sacrificios ocultos de padres y abuelos, en cuyo abrazo está el regalo silencioso y discreto del trabajo de toda una vida. Y por otro lado, el reconocimiento y la gratitud hacia ellos de quienes crecen es la respuesta sana que, como el agua combinada con el cemento, hace sólida y fuerte a la sociedad. Estos son los valores que hay que defender, esta es la cultura que hay que difundir, si queremos tener un mañana.

[III Coraje]

Tercera palabra: coraje. Y aquí me dirijo especialmente a los jóvenes. Sé que para muchos de vosotros el futuro puede parecer ominoso, y que en medio de la negatividad, las guerras, las pandemias y el cambio climático, no es fácil mantener viva la esperanza. Pero no os rindáis, tened fe, porque el mañana no es algo ineludible: lo construimos juntos, y en este «juntos» encontramos ante todo al Señor. Es Él quien, en el Evangelio, nos enseña ese «pero os digo» que cambia las cosas (cf. Mt 5,38-48): un «pero» que huele a salvación, que prepara un «fuera de serie», una ruptura. Hagamos nuestro este «pero», todos nosotros, aquí y ahora. No nos resignemos a un guión ya escrito por otros, rememos para cambiar de rumbo, ¡aunque sea a contracorriente! Como hacen las madres y los padres de la Fondazione per la Natalità, que cada año organizan este evento, esta «obra de esperanza» que nos ayuda a pensar, y que crece, implicando cada vez más al mundo de la política, la empresa, la banca, el deporte, el espectáculo y el periodismo.

Pero el futuro no sólo se construye teniendo hijos. Falta otra parte muy importante: los abuelos. Hoy existe una cultura que esconde a los abuelos, los manda a la residencia. Ahora ha cambiado un poco debido a la jubilación -por desgracia así ha sido-, pero la tendencia es la misma: descartar a los abuelos. Me viene a la mente una historia interesante. Había una buena familia, en la que el abuelo vivía con ellos. Pero el abuelo envejeció con el tiempo, y luego cuando comía se ensuciaba… Así que papá mandó construir una mesita en la cocina para que el abuelo comiera, y así poder invitar a gente. Un día papá llegó a casa y encontró a uno de los niños pequeños trabajando con madera.

«¿Qué estás haciendo?»

– «Una mesita, papá»

– «Pero, ¿por qué?»

– «Para ti, para cuando seas mayor».

Por favor, ¡no se olviden de los abuelos! Cuando yo, en la otra diócesis, solía visitar mucho las residencias de ancianos, preguntaba a los abuelos – pienso en un caso –

«¿Cuántos hijos tenéis?».

– «Muchos»

– «Ah, bien. ¿Y vienen a visitarle?»

– «Sí, sí, siempre vienen».

Luego, a la salida, la enfermera me decía: «No vienen nunca». Los abuelos solos. Los abuelos descartados. ¡Esto es un suicidio cultural! El futuro lo hacen juntos los jóvenes y los viejos; el coraje y la memoria, juntos. Por favor, cuando hablemos de la natalidad, que es el futuro, hablemos también de los abuelos, que no son el pasado: ayudan al futuro. Por favor, tenemos hijos, muchos, ¡pero cuidemos también de los abuelos! Es muy importante.

Queridos amigos, gracias por lo que hacéis, gracias a todos. Gracias por vuestro valor. Estoy cerca de vosotros y os acompaño con mis oraciones. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Pero rezad por mí, no contra mí. Gracias.

Digo esto «por y no contra» porque una vez, estaba terminando una audiencia y allí, a veinte metros, había una señora, una viejecita, pequeñita, de ojos preciosos. Empezó a decir: «¡Ven, ven!». Qué bien. Me acerqué: «Señora, ¿cómo se llama?». – Ella me dijo su nombre – «¿Y cuántos años tiene?» – «87» – «¿Pero qué hace, qué come para estar tan fuerte?» – «Como raviolis, los hago». Y me dio la receta de los raviolis. Y entonces le dije: «Señora, por favor, rece por mí» – «Los hago todos los días». Y le dije bromeando: «¡Pero rece por, no contra!». Y la anciana, sonriendo, me dijo: «¡Tenga cuidado, padre! Allí rezan en contra». ¡Inteligente! Un poco anticlerical. Y por favor: a favor, no en contra.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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