‘Demos II’ hace un retrato demoledor del Pontificado de Francisco

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Ahora ha surgido otro autor cardenal, Demos II, cuyo primer texto, ‘Retrato robot» del próximo Papa’, publica en exclusiva

En marzo de 2022, apareció un texto anónimo -firmado bajo el pseudónimo “Demos,” y titulado “El Vaticano hoy”- que planteaba una serie de graves interrogantes y críticas sobre el pontificado del Papa Francisco. Las condiciones en la Iglesia desde que apareció ese texto no han cambiado materialmente, y mucho menos, mejorado. Por lo tanto, los pensamientos que aquí se ofrecen pretenden basarse en aquellas reflexiones originales a la luz de las necesidades del Vaticano de mañana.

Los últimos años de un pontificado, de cualquier pontificado, son el momento de evaluar la situación de la Iglesia en el presente y las necesidades de la Iglesia y de sus fieles en el futuro. Está claro que los puntos fuertes del pontificado del Papa Francisco son su insistencia en la compasión hacia los débiles, el acercamiento a los pobres y marginados, la preocupación por la dignidad de la creación y las cuestiones medioambientales que se derivan de ella, y los esfuerzos por acompañar a los que sufren y están alienados en sus cargas.

Sus defectos son igualmente obvios: un estilo de gobierno autocrático, a veces llegando a parecer vengativo; un descuido en cuestiones de derecho; intolerancia incluso frente al desacuerdo respetuoso; y -lo que es más grave- un estilo persistente de ambigüedad en cuestiones de fe y moral que causa confusión entre los fieles. La confusión genera división y conflicto. Socava la confianza en la Palabra de Dios. Debilita el testimonio evangélico. El resultado de esto es una Iglesia más fracturada que en ningún otro momento de su historia reciente.

La tarea del próximo pontificado debe ser, por tanto, la de recuperar y restablecer verdades que se han ido lentamente oscureciendo o perdiendo entre muchos cristianos. Estas incluyen, pero no se limitan, a aspectos tan básicos como los siguientes: (a) nadie se salva sino por Jesucristo, y sólo por Él, como Él mismo dejó claro; (b) Dios es misericordioso pero también justo, y está íntimamente interesado en cada vida humana, perdona pero también nos pide cuentas, es a la vez Salvador y Juez; (c) el hombre es una criatura de Dios, no una invención propia, una criatura no meramente emotiva y con apetitos sino también con intelecto, libre albedrío y un destino eterno; (d) existen verdades objetivas inmutables sobre el mundo y la naturaleza humana, que pueden conocerse mediante la Divina Revelación y el ejercicio de la razón; (e) la Palabra de Dios, recogida en las Escrituras, es fiable y tiene fuerza permanente; (f) el pecado es real y sus efectos son letales; y (g) la Iglesia tiene tanto la autoridad como el deber de “hacer discípulos a todas las naciones”. No abrazar con alegría esa obra de amor misionero y salvífico tiene consecuencias. Como escribió Pablo en 1 Corintios 9,16 “ay de mí si no predicara el Evangelio”.

De la tarea y la lista anteriores se desprenden algunas observaciones prácticas.

Primera: La autoridad real se ve perjudicada cuando se usan medios autoritarios en su ejercicio. El Papa es el sucesor de Pedro y quien garantiza la unidad de la Iglesia. Pero no es un autócrata. No puede cambiar la doctrina de la Iglesia, y no debe inventar o alterar su disciplina arbitrariamente. Gobierna la Iglesia colegialmente con sus hermanos obispos en las diócesis locales. Y lo hace siempre en fiel continuidad con la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. Los “nuevos paradigmas” y los “nuevos caminos inexplorados” que se desvían de una y otra no son de Dios. Un nuevo Papa debe restaurar la hermenéutica de la continuidad en la vida católica y reafirmar la comprensión del Vaticano II sobre el papel propio del papado.

Segundo: Así como la Iglesia no es una autocracia, tampoco es una democracia. La Iglesia pertenece a Jesucristo. Es su Iglesia. Es el Cuerpo Místico de Cristo, compuesto por muchos miembros. No tenemos autoridad para adaptar sus enseñanzas para que encajen mejor en el mundo. Además, el sensus fidelium católico no es una cuestión de encuestas de opinión, ni siquiera la opinión de una mayoría bautizada. Sólo se deriva de aquellos que creen genuinamente y practican activamente, o al menos buscan sinceramente practicar, la fe y las enseñanzas de la Iglesia.

Tercero: La ambigüedad no es evangélica ni acogedora. Más bien engendra dudas y alimenta impulsos cismáticos. La Iglesia es una comunidad, no sólo de Palabra y sacramento, sino también de credo. Lo que creemos contribuye a definirnos y a sostenernos. Así, las cuestiones doctrinales no son cargas impuestas por insensibles “doctores de la ley”. No son tampoco un espectáculo intelectual para la vida cristiana. Al contrario, son vitales para vivir una vida cristiana auténtica, porque tratan de lsd aplicaciones de la verdad, y la verdad exige claridad, no matices ambivalentes. Desde el principio, el pontificado actual se ha resistido a la fuerza evangélica y a la claridad intelectual de sus predecesores inmediatos. El desmantelamiento y reutilización del Instituto Juan Pablo II de Roma y la marginación de textos como Veritatis Splendor sugieren una elevación de la “compasión” y la emoción a expensas de la razón, la justicia y la verdad. Para una comunidad de fe, eso es insano y profundamente peligroso.

Cuarto: La Iglesia católica, además de Palabra, sacramento y credo, es también una comunidad de derecho. El derecho canónico ordena la vida de la Iglesia, armoniza sus instituciones y procedimientos, y garantiza los derechos de los creyentes. Entre las marcas del actual pontificado están su excesiva confianza en el motu proprio como herramienta de gobierno y una despreocupación general y aversión por los detalles canónicos. Una vez más, como ocurre con la ambigüedad de la doctrina, el desprecio por el derecho canónico y el procedimiento canónico adecuado socava la confianza en la pureza de la misión de la Iglesia.

Quinto: La Iglesia, como tan bellamente la describió Juan XXIII, es mater et magistra, “madre y maestra” de la humanidad, no su obediente seguidora; la defensora del hombre como sujeto de la historia, no su objeto. Es la esposa de Cristo; su naturaleza es personal, sobrenatural e íntima, no meramente institucional. No puede reducirse a un sistema flexible de ética o a un análisis y remodelación sociológica para adaptarla a los instintos y apetitos (y confusiones sexuales) de una época. Uno de los principales defectos del actual pontificado es su alejamiento de una “teología del cuerpo” convincente y su falta de una atractiva antropología cristiana, precisamente en un momento en que aumentan los ataques a la naturaleza y la identidad humanas, desde el transgenerismo al transhumanismo.

Sexto: Los viajes por el mundo sirvieron muy bien a un pastor como el Papa Juan Pablo II, debido a sus dones personales únicos y a la naturaleza de los tiempos. Pero los tiempos y las circunstancias han cambiado. La Iglesia en Italia y en toda Europa -el hogar histórico de la fe- está en crisis. El propio Vaticano necesita urgentemente una renovación de su moral, una limpieza de sus instituciones, procedimientos y personal, y una profunda reforma de sus finanzas para prepararse para un futuro más difícil. No son cosas pequeñas. Exigen la presencia, la atención directa y el compromiso personal de cualquier nuevo Papa.

Séptimo y último: El Colegio Cardenalicio existe para asesorar al Papa y elegir a su sucesor a su muerte. Ese servicio requiere hombres de carácter limpio, sólida formación teológica, madura experiencia de liderazgo y santidad personal. También requiere un Papa dispuesto a pedir consejo y luego escuchar. No está claro hasta qué punto esto se aplica al pontificado del Papa Francisco. El pontificado actual ha hecho hincapié en la diversificación del colegio, pero no ha logrado reunir a los cardenales en consistorios regulares diseñados para fomentar una auténtica colegialidad y confianza entre hermanos. Como resultado, muchos de los electores que voten en el próximo cónclave no se conocerán realmente, y por tanto pueden ser más vulnerables a la manipulación. En el futuro, si el colegio ha de servir a sus propósitos, los cardenales que lo forman necesitan algo más que un solideo rojo y un anillo. El actual colegio de cardenales debería activarse para el conocimiento mutuo y para entender mejor las diferentes visiones que cada uno tiene de la Iglesia, las situaciones de sus Iglesias locales y la personalidad de cada cardenal, factores todos importantes para discernir sobre el nuevo Papa.

Los lectores se preguntarán con razón por qué es anónimo este texto. La respuesta debería ser evidente para todo aquel que conozca el tenor del ambiente romano actual. La sinceridad no es bienvenida y sus consecuencias pueden ser incómodas. Y sin embargo estas reflexiones podrían continuar durante muchas más páginas, señalando especialmente la fuerte dependencia del actual pontificado en la Compañía de Jesús, la reciente problemática actuación del cardenal Fernández, del DDF, y el surgimiento de una pequeña oligarquía de confidentes con excesiva influencia dentro del Vaticano – todo ello a pesar de las pretensiones descentralizadoras de la sinodalidad, entre otras cosas.

Precisamente por estas cuestiones, las advertencias aquí apuntadas pueden ser útiles en los próximos meses. Se espera que esta contribución ayude a orientar las conversaciones, muy necesarias, sobre cómo debe ser el Vaticano en el próximo pontificado.

Demos II

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