Arte artificial (IA) y arte del hombre: también del de Rupnik

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(ZENIT Noticias –

Inteligencia artificial

Se trata de una imagen generada específicamente para este artículo, obtenida, conviene repetirlo, no sin intervención humana. De hecho, en la actualidad hablamos de productos gráficos creados por el hombre con la ayuda de herramientas tecnológicamente avanzadas: algoritmos e información codificados por el hombre, que con cierto grado de autonomía son utilizados por éste para generar imágenes (o textos), pero también como ayuda para los artistas: sugerencias de composición, paletas de colores, reelaboración de imágenes existentes, hasta la creación de otras nuevas.

Muy a menudo, en este caso, el diseño se genera a partir de una entrada, ya sea una descripción textual u otra imagen (este sistema, por ejemplo, ya se ha utilizado en estas páginas). En resumen, imaginar un robot antropomorfo capaz de pintar con total autonomía es, por el momento, una novela de ciencia ficción aún por escribir.

¿Artistas?

Pero si ésta es la novela en la que queremos sumergirnos, ¿podríamos comparar estos algoritmos con verdaderos artistas? No se trata de una cuestión de «belleza», en el sentido de la adhesión de su producción a cánones estéticos apreciados por una parte más o menos importante de un público usuario; ni de valor económico, o al menos del que algunas personas están dispuestas a atribuirles: en 2018, el grabado sobre lienzo Edmond de Belamy, obtenido con la ayuda de una red generativa adversarial (GAN), se vendió en una subasta de Christie’s por más de 432.000 dólares.

Una inteligencia artificial no es un «artista» -a diferencia, posiblemente, de quienes la programan o utilizan- porque es un instrumento. Carece de conciencia y de una historia que transmitir, más o menos conscientemente, a su creación.

En última instancia, se cuestiona la concepción misma del hombre: ¿somos sólo máquinas complejas de carne y hueso que responden de manera demasiado programada a una multiplicidad de estímulos, o somos seres creados para ir más allá de la materia, únicos e irrepetibles en nuestra individualidad y nuestra comunión?

En el primer caso, cualquier inteligencia artificial podría sustituirnos tarde o temprano. En el segundo caso, el artista -ya sea pintor, escultor, músico, escritor o lo que sea- pone todo su ser en sus obras, e invariablemente deja en ellas una parte de sí mismo. Nada excesivamente romántico o ingenuo: es lo que se llama creación, y no recuerda en absoluto el estilo de Dios.

Incluso el alto grado de avance técnico alcanzado en el campo de las inteligencias artificiales, y el mayor margen de perfeccionamiento que se espera en el futuro, no atestiguan más que una progresiva expulsión del alma creadora y creadora. Las inteligencias artificiales son, y por ahora siguen siendo, una herramienta. A menos que se pretenda atribuir Amor y Psique a la habilidad cinceladora de Canova o la bóveda de la Capilla Sixtina a la inventiva de Miguel Ángel y su taller.

 

 

Arte y humanos: el caso Rupnik

Ciertamente, al evaluar el pasado -y muy a menudo el presente- de algunos artistas, lo que es un defecto para las inteligencias artificiales podría convertirse en una ventaja sobre el arte hecho por manos humanas.

Baste mencionar el caso de Marko Ivan Rupnik, acusado por varias mujeres de «violencia psicológica, abuso de conciencia, abuso en la esfera sexual y afectiva, abuso espiritual» por hechos ocurridos a lo largo de 30 años. En las próximas semanas se espera una decisión sobre el destino de las – costosas – obras del controvertido artista y (ex) predicador jesuita que decoran el santuario mariano de Lourdes: ¿mantener o desmantelar?

La decisión la tomará una comisión nombrada por el obispo de Tarbes y Lourdes, monseñor Jean-Marc Micas, tras escuchar la opinión de especialistas en arte sacro y expertos de toda Francia. Ni que decir tiene que no faltan las polémicas, tanto en defensa de la sensibilidad de los maltratados como en defensa de la salvaguarda de las obras de arte. Cuestiones similares se plantean en relación con otros muchos lugares de devoción decorados por Rupnik y sus colaboradores, desde Fátima a Aparecida, pasando por San Giovanni Rotondo. Sobre todo, porque los mosaicos de Rupnik siguen utilizándose en otros contextos, en publicaciones y en producciones mediáticas.

¿Arte, pero sagrado?

Ya en el centro de anteriores disputas, la gravedad de los hechos impugnados contra Rupnik hace aún más complejo definir sus obras de motivación religiosa como «arte sacro». Una cuestión que no se plantearía en el caso de un «artista» artificial, probablemente con un pasado menos nebuloso. Pero, ¿podría realmente una inteligencia artificial crear arte sacro?

Otro rápido experimento con Stable Diffusion demuestra que, en apariencia general, una inteligencia artificial ya es capaz de procesar arte con referencias pseudoreligiosas. Y que, curiosamente, lo hace fijándose sobre todo en el cristianismo, al menos a juzgar por los símbolos a los que hace referencia (en este caso, la entrada proporcionada fue «arte sacro», sin más connotaciones). Incluso la veta de la angustia, inquietante por su recurrencia en estas imágenes, no es ajena al estilo de artistas incluso famosos. Pero, ¿es todo esto suficiente para hablar de arte sacro?

 

 

Participar en la belleza de la creación

Sin aventurarnos en el delicado terreno de las definiciones, no cabe duda de que el arte sacro es una forma de expresión profundamente espiritual. No se trata sólo de reproducir a un santo o el estilo de una época histórica: la lectura teológica original, por no hablar de la implicación del alma del artista, no son cosas que puedan emularse. Aunque las inteligencias artificiales consiguieran imitar perfectamente al hombre, no podrían imitar el arte sacro, sencillamente porque no es una actividad eminentemente humana. De ahí también la delicadeza en su valoración.

El arte sacro es la obra de un artista hábil que colabora con la gracia de la inspiración divina para crear una descripción sensible de una realidad sobrenatural. Las máquinas son una expresión de una realidad puramente material y, en consecuencia, nunca podrán responder plenamente al reto de comunicar una realidad sobrenatural, por muy avanzado que sea su grado técnico.

El arte sacro es un esfuerzo humano en el sentido más profundo del término, que realza el papel de los artistas como partícipes de la belleza y el orden de la creación, tanto en las artes figurativas como en la arquitectura, la literatura y la música.

El arte sacro debe ser, al mismo tiempo, instrumento de lo divino y de lo humano, atrayendo a los fieles a la oración, la contemplación, la reverencia y el asombro. Preguntémonos, pues: ¿ayuda esta aplicación concreta de la inteligencia artificial al avance humano y espiritual? Es una pregunta que podríamos -y deberíamos- repetir ante ciertas producciones artísticas creadas por el hombre.

 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

 

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